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Allá lejos y hace tiempo

Lejos muy lejos del sol, vuelve el recuerdo de allá... Según dice acá, hace 8 años que no pisaba este antro. Y medio que hace esa cantidad de tiempo que no escribo. Aunque esto último no es tan cierto, porque pasaron cosas en el medio que me encontraron escribiendo monólogos de standup, parciales y finales, esquelitas, notitas y muchos whatsapp. También rompí y até relaciones varias hasta que este año me casé con el papá de mi hijo, porque además ahora soy mamá... y perimenopáusica... y bipolar... y gorda... Se murieron mis mascotas, adopté otras, enterré algunas más. Sigo siendo hija por suerte y ojalá sea así mucho tiempo más. También construí mi casa, dejé del depto... Tuve suerte. Y en 10 días cumplo 40 años. Todo este largo periplo para llegar acá y leerme sintiéndome la misma pero tan diferente que a veces me pregunto quién seré de acá a un tiempo. A veces me cuesta reconocerme en el espejo y en mi mente un poco más.  Mi psicóloga actual (pasaron como 5 ya) me sugirió que volvier

Hacer sin saber

A los 25 años, cuando me recibí de traductora, ante la premura de conseguir trabajo y el requisito ineludible de ejercer la docencia para poder hacer la licenciatura que cursaba en ese entonces, empecé a dar clases de inglés. Cierto es que jamás había querido ser docente y justamente por eso había estudiado el traductorado. Solía repetir por aquel entonces frase como: «El primer día mato un pibe y me rajan» o «Les voy a poner uno a todos ni bien me discutan algo» o «Tengo menos paciencia que un velociraptor bebé». De hecho, en la clase de orientación vocacional de la secundaria, dudaba un poco a la hora de decidir qué querría hacer en el futuro hoy por hoy presente, pero la birome podía volcar sin vacilar en la columna del jamás: Docente. Pero, a mi pesar, la vida me echó en cara eso de «de esta agua no has de beber» y mi primer trabajo fue en un colegio privado de mi barrio. El profesor viajaba a Buenos Aires por temas familiares y necesitaban a alguien que enseñara todos sus cursos

Las cosas (y los casos) por su nombre

Dicen los que saben de astrología que la personalidad está en realidad más marcada por tu ascendente zodiacal que por tu signo; o sea, si sos de escorpio, pero tenés ascendente en piscis, vas a ser un cabrón un tanto místico, por ejemplo. Ahora, ¿será que en cuanto a nuestros nombres puede suceder algo parecido? ¿Qué tal si el segundo nombre, ese que nadie usa y que se suele ocultar por vergüenza y suscita cargadas en el colegio cuando tus compañeros lo averiguan, es el que en realidad marca tu destino? ¿Qué pasaría si más que "Marías" y "Juanes" fuésemos "de los Ángeles" o "Ignacios"? ¿Y si el verdadero significado de nuestras vidas estuviera signado por ese otro elemento de nuestra nomenclatura personal? Convengamos también, entonces, que las personas más sencillas y descifrables serían aquellas que tienen uno solo. Esos tendrían todo clarito y sin prolegómenos: Ana a secas, Sandro y listo... No hay más misterio por resolver. Son lo que hay, c

Un frasco a la vez

De plástico, metal, porcelana, madera o hueso, cuando llueve la pregunta en soledad siempre es la misma: ¿dónde está mi cucharita? No la que usaré para revolver el café, ni la otra grande que es para la sopa con arroz y queso que te levanta la temperatura después de una jornada laboral, o la que hundiré en Nutella para endulzar un poco el alma, alegrar el corazón y tirarme en el sillón a pensar junto a la estufa cuándo llegará esa otra, tan requerida, que te abrace (o se deje abrazar) en las noches frías cuando la lluvia golpee las persianas y el ruido de los truenos corte tu sueño en un estruendo sobresaltando la paz. Esa que provoque hundir la nariz en su pelo, buscando el huequito ese que se forma en la nuca, justo donde se junta la columna con la cabeza... Ese es el punto exacto donde el aroma de esa persona especial se concentra. Como ya bien dijo el gran Hernán Casciari: "amas a alguien cuando su olor te calma".  Y así, pese al viento que zangolotea las ventanas c

Vendaval

A mí los amores no me llegan lentos y pausados, en base a un conocimiento paulatino de la otra persona; me llegan y ya, así como de sopetón. Explicándome, digamos que a mí me tumban como una suerte de sudestada, vienen con tormenta de polvo, presión variable, temperatura rara, se me revolucionan las aguas, se me mezcla todo y no sé para donde correr a esconderme. Bah, sí sé. Me escondo en la friendzone. Básicamente: cuando alguien me gusta, me pega en los ojos una mirada furtiva y fui, a partir de ahí es todo lucha y esfuerzo por lograr ser notada. Pero, para mi desgracia, tengo menos potencial de levante que una papa y lo que termina pasando es que me vuelvo amiga. Pero amiga amiga, ¿eh? Tipo, de la que te pregunta onda tu teje nuevo, tu ex que te pica la oreja o la fulana equis con la que matcheaste en Tinder. Esa soy yo... Creo que tengo tanto miedo al rechazo que me aseguro de ser lo suficientemente copada como para que me incluyan en sus vidas sin arriesgarme demasiado a que me d