Los supervisores

martes, 17 de abril de 2012

Franz, El Goro y Pepín

Hace mucho que no escribo acá, pero quisiera dejar plasmado algo, para mí, y para quien quiera leerlo también. Les aclaro desde ya que lo que voy a decir puede ocasionar debates, agresiones... no quiero eso, porque para mí lo que voy a escribir me toca muy profundo la fibra emocional, así que espero sepan entender si no me prendo en un de debate, o si elimino algún comentario que no me guste.

Franz Kramer llegó a Argentina junto con unos primos a comienzos del siglo XX, en busca de aventuras, según contaba Tío Lonchi, su tercer hijo, que le contaba a él. Se casó, y tuvo una hija, Emma, pero enviudó al poco tiempo y fue padre soltero. Según la usanza de ese entonces, los paisanos del conventillo lo convencieron de que "no es bueno que el hombre esté sólo" y le presentaron a otra viuda con un hijo, Ian, galitziana ella. Se casaron y se fueron al sur, porque empezaba algo que iba a ser muy importante para la vida de la nación, YPF, que prometía trabajo bueno, duro, pero bien pago, lo que para un inmigrante con muy poco era mucho. Y así se empezaron a atar los lazos de mi familia.

Franz casi pierde una pierna cuando quedó colgado de una soga mientras armaba una torre, en medio de ese sur pelado y ventoso. Quedó un poco rengo, pero eso no lo detuvo, y siguió trabajando. Su mujer, Ana, y él tuvieron dos hijos más: Lila y Rodolfo (el entrañable tío Lonchi). Todos los hombres de esta familia trabajaron en YPF. Los años pasaron, y otro buscador de aventuras y de futuro, llegó desde Santa Fé al sur. Su nombre era José, hijo natural, con catorce hermanos. Conoció a Franz en YPF y "como no es bueno que el hombre esté solo" y Franz tenía una hija "en edad de merecer", los casaron. De esa unión nacieron dos hijos: Ana María y Pepín. Se criaron en las casa que YPF les daba a sus empleados, disfrutaban de los beneficios que les daba vivir cerca del paralelo 42 (a nivel golosinas y revistas de moda, los autos se admiraban; Ana aún busca comprarse una miniatura de uno con cola de sirena que tenía un rico del pueblo), venían a Buenos Aires en barcos de la empresa que traían el petróleo. Tantas miles de historias he oído sobre los tiempos de abundancia de esa Argentina floreciente, con dos instituciones inseparables como protagonistas de esos relatos: YPF y Perón.

El Goro trabajó duro, viviendo lejos de su familia meses, soportando vientos, fríos, tormentas, y muchas otras vicisitudes predecibles en tales condiciones, pero con esfuerzo llegó a Jefe de Suministros, cosa que ese autodidacta santafesino nunca hubiese podido prever durante su infancia. Mientras tanto, Ana y Pepín trabajaban en YPF. Ana, aún en la secundaria, como ayudante de contaduría y Pepín, cuando decidió dejar la secundaria, entró con la categoría de obrero más bajo. Luego, retomó y se fue abriendo camino, soportando cosas parecidas a las que debieron su abuelo y su padre; todo por crecer y creer que el trabajo arduo daba frutos. Por ese entonces, en esta empresa estatal que era un modelo, era posible.

Con todo el esfuerzo del mundo, Ana estudió en la universidad (fue la primera, y por mucho tiempo, la única universitaria de la familia) se recibió y el año pasado la nombraron Profesora Emérita de la Universidad Nacional de Misiones. En su discurso de agradecimiento, mencionó que jamás olvidó que fue la hija de un autodidacta obrero de YPF y que gracias al esfuerzo de su papá ella está donde está hoy.

Pepín fue asesinado en un campamento en el año 1985, por otro obrero que había empezado con él, pero quien no logró avanzar. La envidia mata. Pepín podría haber llegado mucho más lejos.

El Goro murió esperando su indemnización, en juicio con una empresa que no era la que él ayudó a construir ni la que lo construyó a él como ser humano.

Yo soy la bisnieta de Franz, la nieta del Goro, la sobrina de Pepín y la hija de Ana. El año pasado Tío Lonchi falleció el día de mi cumpleaños. Hablaba de los tiempos de YPF con mucho amor y rabia por la privatización.

¿Cómo puedo sino emocionarme, alegrarme y sentirme agradecida de que este pedazo de mi historia familiar vuelva a manos argentinas, cuando conozco todo lo que pasaron sus obreros para poder montarla? Festejo, celebro y aplaudo la recuperación de la soberanía sobre esta parte de mi patria. 
¿Si no fuera por YPF, qué sería de mi familia? ¿Existiría? ¿Franz hubiera ido al sur? ¿Lila se hubiese casado con José? ¿ Ana hubiese ido a la facultad? ¿Hubiese nacido yo?

YPF es, de nuevo y como nunca debería haber dejado de ser, Argentina y (para mí) es (mi) familia.