Los supervisores

martes, 17 de mayo de 2016

Hacer sin saber

A los 25 años, cuando me recibí de traductora, ante la premura de conseguir trabajo y el requisito ineludible de ejercer la docencia para poder hacer la licenciatura que cursaba en ese entonces, empecé a dar clases de inglés. Cierto es que jamás había querido ser docente y justamente por eso había estudiado el traductorado. Solía repetir por aquel entonces frase como: «El primer día mato un pibe y me rajan» o «Les voy a poner uno a todos ni bien me discutan algo» o «Tengo menos paciencia que un velociraptor bebé». De hecho, en la clase de orientación vocacional de la secundaria, dudaba un poco a la hora de decidir qué querría hacer en el futuro hoy por hoy presente, pero la birome podía volcar sin vacilar en la columna del jamás: Docente.
Pero, a mi pesar, la vida me echó en cara eso de «de esta agua no has de beber» y mi primer trabajo fue en un colegio privado de mi barrio. El profesor viajaba a Buenos Aires por temas familiares y necesitaban a alguien que enseñara todos sus cursos porque él tenía todas las horas. El detalle que me tenía agobiada salió a la luz: yo no era profesora y no tenía idea de qué hacer. Él me dijo que tampoco, que había rendido el First y el colegio era de la familia, así que por lo tanto daba clases y ya. «Bien», pensé, «TAN mal no estoy».
 En resumen, me vi enfrentada a la realidad de dos divisiones desde tercer a séptimo grado, con un promedio de 30 chicos por clase. Había ido de la nada a la locura. Básicamente, me encontré cara a cara con mi peor pesadilla... Y me enamoré. Esa suplencia duró sólo un mes y medio, pero marcó un antes y un después en mi visión del mundo y me llevó a descubrir que, pese a toda mi renuencia, mi negación y alergia a los infantes, ser profesora era bellísimo. Aún cuando hacés sin saber.
El día que mi suplencia terminó, los chicos me vinieron a despedir a la puerta, me abrazaron entre todos y yo me quería desarmar, pero me la banqué. En cuanto subí al auto, me lloré la vida y media, sabiendo que ese adiós era un adiós de verdad.
Esta tarde en la plaza, mientras tomábamos mate y charlábamos conmemorando el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia, se nos acercó un pibe que estaba en el grupo contiguo y, muy educadamente, mientras hacía ovillos con las manos, me preguntó si yo por las dudas hacía varios años no había sido profesora en la Jesús de Nazareth. Le dije que sí, sorprendida, y él me dijo que había sido mi alumno de séptimo grado y que, pese a haber tenido inglés durante toda la primaria y secundaria en el mismo colegio, con el mismo profesor, siempre se acordaba de mis clases y de que fui la única capaz de hacerles entender el verb to be. Es difícil explicar qué se siente que alguien, aparentemente desconocido, te diga algo así de bonito, sobre todo porque, como ya he establecido, yo esas clases las daba sin saber. Y en mi ignorancia completa sobre las cuestiones académicas, lo usos, costumbres, planificaciones y demás, me dejaba llevar por el instinto y por la sola necesidad de que entendieran aunque sea algo de lo que tenía para decir. Y aparentemente lo logré y, encima, el efecto duró.
El otro profesor también hacía sin saber, tampoco era docente, pero tal vez le faltó algo que yo tenía: las ganas. Esas que te hace inventar canciones, coreografías, presentaciones, concursos, o lo que sea se te venga a la mente con tal de ver esa chispa en los ojos del otro que te indica que «el momento Eureka» sucedió. Esas que te transforman en una suerte de animadora infantil/psicóloga/madre/maestra/amiga/enfermera/inserte-profesión-aquí.
Y ese hacer sin saber fue efectivamente eso: hacer sin saber que tenía vocación y que la estaba ejecutando un «teacher, no entiendo» a la vez.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Las cosas (y los casos) por su nombre

Dicen los que saben de astrología que la personalidad está en realidad más marcada por tu ascendente zodiacal que por tu signo; o sea, si sos de escorpio, pero tenés ascendente en piscis, vas a ser un cabrón un tanto místico, por ejemplo. Ahora, ¿será que en cuanto a nuestros nombres puede suceder algo parecido? ¿Qué tal si el segundo nombre, ese que nadie usa y que se suele ocultar por vergüenza y suscita cargadas en el colegio cuando tus compañeros lo averiguan, es el que en realidad marca tu destino? ¿Qué pasaría si más que "Marías" y "Juanes" fuésemos "de los Ángeles" o "Ignacios"? ¿Y si el verdadero significado de nuestras vidas estuviera signado por ese otro elemento de nuestra nomenclatura personal?
Convengamos también, entonces, que las personas más sencillas y descifrables serían aquellas que tienen uno solo. Esos tendrían todo clarito y sin prolegómenos: Ana a secas, Sandro y listo... No hay más misterio por resolver. Son lo que hay, como el arroz con arroz que comen los estudiantes lejos de casa a fin de mes.
Mientras, aquellos con padres indecisos que cuentan con tres o más, tendrían las personalidades más intrincadas y complejas y serían casi imposibles de descifrar, pudiendo ocultar su verdadera naturaleza en la variedad de posibilidades que mostrase su DNI. Serían personas enroscadas y variables, indescifrables más allá de toda conjetura.
Debiéramos tener en cuenta entonces que, a la hora de auto analizarnos y querer poner nuestros patitos en fila, el segundo nombre podría arrojar ciertas pistas sobre la "nosotredad" que nos atañe.
Mi caso particular servirá de ejemplo: "Mariana SOLEDAD". Analizado etimológicamente (a los ponchazos, como debe ser todo delirio de mi parte) vendría a significar algo así como "soledad de María". Qué nombre bajón, posta. Cuando estaba por nacer, me habían mandado a hacer una placa para la pieza que decía "Alba Mariana"; estaba en la recta final para tener un nombre muy católico new age pero el destino (o más bien, mi viejo) me jugaron una mala pasada y terminé con un nombre un toque deprimente y una placa de lo que debiera haber sido.
Ahora, el detalle: soy hija única y tengo una colección de amigos, conocidos y afines con los que permanezco en constante contacto, porque sentirme sola me pega mal. Sin embargo, resguardo mis cosas, mis espacios y mis rituales, disfruto de estar sola cuando necesito estarlo y, cuando pinta, invito a unos pocos elegidos a compartir conmigo ciertas partes de estas intimidades cotidianas.
Visto así, tan loca no suena la teoría...

lunes, 9 de mayo de 2016

Un frasco a la vez

De plástico, metal, porcelana, madera o hueso, cuando llueve la pregunta en soledad siempre es la misma: ¿dónde está mi cucharita?
No la que usaré para revolver el café, ni la otra grande que es para la sopa con arroz y queso que te levanta la temperatura después de una jornada laboral, o la que hundiré en Nutella para endulzar un poco el alma, alegrar el corazón y tirarme en el sillón a pensar junto a la estufa cuándo llegará esa otra, tan requerida, que te abrace (o se deje abrazar) en las noches frías cuando la lluvia golpee las persianas y el ruido de los truenos corte tu sueño en un estruendo sobresaltando la paz.
Esa que provoque hundir la nariz en su pelo, buscando el huequito ese que se forma en la nuca, justo donde se junta la columna con la cabeza... Ese es el punto exacto donde el aroma de esa persona especial se concentra. Como ya bien dijo el gran Hernán Casciari: "amas a alguien cuando su olor te calma". 
Y así, pese al viento que zangolotea las ventanas como si fuera a llevárselas de paseo vaya una a saber dónde; el solo de truenos implacables que sobresaltan a los gatos (y a sus dueños) y los manda zumbando abajo de la cama; y el agua, que cae a baldazos lavando las caras, los cuerpos, calles y edificios de la ciudad, dormirse con una sonrisa a la vez que se abraza (protectora) a ese ser mágico y real cuya sola presencia puede calmarte en una noche de tormenta.
Y así, mientras seguís cuchareando el frasco mientras perdés la mirada en las placas de yeso del techo, empezás a rememorar otras cucharitas anteriores... ¿Será que no valdría la pena volver a buscarlas y probar si funciona el ritual una vez más? ¿Era el encastre en ese cajón de los cubiertos disfrazado de cama que es la vida, tan defectuoso? Sí, lo era, y por eso ahí andan, buscando su propio destino... Y tal vez, un bello día, aparecerá esa mezcla justa de utensilio y popurrí que te corresponda y dormirás no para apagar un rato el cerebro de la realidad, sino por el puro placer de hacerlo con alguien más. Hasta tanto, la de Nutella seguirá estando... Y con eso basta, al menos por ahora.

viernes, 6 de mayo de 2016

Vendaval

A mí los amores no me llegan lentos y pausados, en base a un conocimiento paulatino de la otra persona; me llegan y ya, así como de sopetón. Explicándome, digamos que a mí me tumban como una suerte de sudestada, vienen con tormenta de polvo, presión variable, temperatura rara, se me revolucionan las aguas, se me mezcla todo y no sé para donde correr a esconderme. Bah, sí sé. Me escondo en la friendzone. Básicamente: cuando alguien me gusta, me pega en los ojos una mirada furtiva y fui, a partir de ahí es todo lucha y esfuerzo por lograr ser notada. Pero, para mi desgracia, tengo menos potencial de levante que una papa y lo que termina pasando es que me vuelvo amiga. Pero amiga amiga, ¿eh? Tipo, de la que te pregunta onda tu teje nuevo, tu ex que te pica la oreja o la fulana equis con la que matcheaste en Tinder.
Esa soy yo... Creo que tengo tanto miedo al rechazo que me aseguro de ser lo suficientemente copada como para que me incluyan en sus vidas sin arriesgarme demasiado a que me digan que no y no me dirijan más la palabra.
Ojalá supiera como revertirlo... estaré expectante a ello. Mientras, marche un préstamo el FMI para repavimentar las avenidad de Friendzoneville, la ciudad donde vive mi corazón.

Concisos titubeos

Tal vez sería fácil.
Tal vez sería sencillo.
Tal vez es el potencial de la nada llegando a destino.
Tal vez es la ilusión aplacada por la razón por sobre la acción.
Tal vez es la voluntad refrenada al preferir la eternidad a un día,
Unas horas,
Un momento,
Un instante…
Tal vez lo sepas todo.
Tal vez no sepas nada.
Tal vez jamás te enteres.
Tal vez siempre  tendrás la certeza.
Probablemente, sea todo tan evidente que,
por más “talveces” que inserte,
los nunca serían más certeros.
Y a la incertidumbre de los tal vez,
y los es posible,
y los quizás y acasos
me apunto y suscribo;
prefiero la nada y el tal vez,

al todo y la nada.

jueves, 7 de abril de 2016

Primer round

Cayendo del mapa,
en picada,
vas a sentir el impacto
con tu quijada...
Vas a sangrar,
vas a sufrir,
vas a entender lo que no va,
lo que no da!
Tu ignorancia es entendible
pero tu altanería me subleva,
podés bajar cátedra
pero no tenés idea.
Tu púlpito de sabiduría,
tu preparación, tu estudio,
No te vuelven oráculo;
sos tan solo una radio
transmitiendo la interferencia
de tu absoluta ignorancia
sobre lo que hace a mi existencia...