Los supervisores

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Déjà vu lactante


Ayer tuve que hacer acto de presencia en un ritual popular llamado "fiesta de un año del bebé de una amiga" y, rodeada de ese mundo de cochecitos, chizitos, sopresitas, mocos y Sapo Pepe, tuve un déjà vu... de golpe me di cuenta de que la situación se me presentaba similar a una de cuando tenía 12 años,  cierta vez que nos rateamos con las chicas y terminamos en una farmacia/supermercado mirando toallitas (no había shopping en Posadas por aquel entonces) y todas empezaron a señalar las que usaban y a decir cosas de las alas, los geles, los tampones desvirgantes y demás… y cuando me preguntaron qué marca usaba yo, bajé la cabeza, me puse colorada y con mucha mucha vergüenza y pena confesé que no me había venido todavía. Inmediatamente, me consolaron (?) sosteniendo que ya me iba a llegar (???), pero claro, me sentía un marciano o, como recuerdo haberle dicho a madre en ese momento: “como una cucaracha entre hormigas”.
Y ayer me sentí parecido, pero sin vergüenza ni sonrojación, pero sí como una especie de marciana que no cambia pañales ni esteriliza tetinas ni conoce de pediatras y piensa que caca es caca, no un test de Rorschach bioquímico a descifrar… igual no es un tipo de marcianitud que me desvele, ojo, por mí que siga esperando, todavía no conozco Europa. Más bien diría que, pasada la incomodidad de un principio, esta vez fui una cucaracha con lentes de sol y stráss en el lomo.

martes, 19 de noviembre de 2013

Hablá más fuerte que no te escucho...

Mi queridísimo camarada de altura creado por García Ferré tenía la posta y su conocido latiguillo expone un molesto inconveniente que solemos atravesar las gentes de largas patas: no escuchar cuando alguien más bajo habla. En innumerables ocasiones me ha sucedido estar en un grupo compuesto en su inmensa mayoría por gente de estatura promedio y que allá abajo la conversación sea de lo más divertido y tener que agacharme para poder enterarme de qué pasa o que estén secreteando, preguntar de qué hablan y que el que esté más cerca tenga que estirarse para contarme a quién cuerean, ocasionando de este modo que, si ese cuereado estaba en las cercanías, pudiera percatarse de que algo pasa. Se repite esto en los boliches, cuando el volumen de la música hace imposible la comunicación, mi elevada cabeza jamás se entera de que las amigas van al baño y de golpe se ve parada sola en medio de la multitud. Pero sin dudas, el más claro ejemplo me sucedió el jueves pasado: fui con una amiga a mirar vidrieras y entré a una negocio. Cuando salí la busqué con la mirada y como no la vi, seguí mi camino. A las tres cuadras siento que gritan mi nombre, me doy vuelta y la veo venir corriendo, sacando humo con sus pequeñas piernecillas, tratando de alcanzarme. Aparentemente, había estado todo el tiempo a mi lado e incluso me habló, pero como su boca estaba más abajo, no la oí y la tuve corriendo atrás mío el resto del trayecto. De igual forma, llegamos a un acuerdo, yo voy a tomar más en cuenta lo que pasa allá abajo y ella se preocupará por hablar hacia el "allá arriba", omitiendo la pregunta de si hace frío o no.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Bricolage


Serán la hijauniqués, los padres divorciados, el fanatismo por los gatos, pero mi manía principal no es de esas que todo el mundo tiene, como ordenar mucho o acomodar los cubiertos en la mesa en perfecta armonía con el feng-shui. Yo adoro comprar pelotudeces; digamos, somos muchos los chatarreros, pero lo mío viene onda bricolaje: continuamente compro lentejuelas, mostacillas, canutillos, telas, papel barrilete, cola, pinceles, pinturas para tela, lanas, agujas de tejer para hacer eso que vi en utilísima que estaba “rebueno” y que “me va a salir más barato y más lindo hacerlo que comprarlo”. Já. De esta forma, mi casa es una especie de mercería/bazar llena de proyectos ni siquiera empezados por falta de tiempo o inspiración. Cada tanto, siento como me posee el espíritu de una profesora de actividades prácticas de primaria y corro a la librería/ferretería/mercería más cercana para hacerme de todos los enseres que necesito para realizar, por ejemplo, ese lindo biombo con cuentas que vi una tarde de domingo alpedista en algún zapping peregrino en cable. Todos los veranos juro terminar el decoupage de la puerta, barnizar el placard, retapizar el sillón y hasta hacer el murito en el lavadero, pero es al pedo. Siempre hay una monografía final por escribir, uñas por pintar, cajones que ordenar, libros a leer por decimoséptima vez o una siesta por dormir. Y ahí están, apiladas y empolvadas todas las lentejuelas y clavitos, el papel crepé con la cola vinílica, las plumas con el alambre sanmartín, esperando, añejos y opacos, convertirse en algo lindo o al menos regalable.