Los supervisores

miércoles, 27 de mayo de 2015

Materialismo sentimental: Ex-tasis

La gran mayoría de la cantidad de objetos que pueblan mi casa tiene una historia... imagino será así en todas las casas, pero que también probablemente a la gente esto no le preocupe demasiado. Yo puedo hablar por mí... hay una taza que no puedo usar, por ejemplo, porque era en la que desayunaba mi ex, entonces está ahí para cuando vienen visitas y son ellos los que van a posar sus labios en ella y a beber su contenido. A mí, como que me da cierta alergia. Hoy en un desliz la agarré porque estaba distraída mientras me hacía un café. Verla y pensar en tomar algo de ahí me resultó tan poco natural que la devolví a su sitio. Por qué no se la doy se preguntarán; pues porque la compré yo, es linda y forma parte del "Museo Personal de Mariana Artieda", como llama mi madre a esta cuestión de guardar cosas y tomarles estima desde que soy chica.

Este es el primer intento de escribir sobre mis cosas, y el que dará lugar a una nueva etiqueta. No solo de sus exs y las cosas que dejaron vivimos la minas. Tengo las obras completas de Shakespeare edición 1858 heredada de alguien que jamás conocí, discos de pasta y una vitrola, una máquina de escribir de comienzos del 20, y muchas cosas más, cada una con su propio cuentito. A ver qué sale de esto...

jueves, 21 de mayo de 2015

Erato

Prefiero volver a mirarte de lejos
a nunca más de cerca.
Prefiero vuelvas a ser espejismo diurno
al silencio taciturno que provoca tu ausencia.
La ausencia que nunca fue
porque tu presencia nació breve
pero con un efecto maravilloso,
impulsivo aunque inerte.
A la luz de tu sonrisa
pude verme feliz,
pude verme real,
dejar de ser actriz
de una vida que no era vida,
de una máscara de cera
que se acomodaba a los designios
de todo cuanto me rodea.
De corazón te digo gracias,
aunque jamás te enteres
has sido un don en mi rutina,
un respiro para mi suerte.


martes, 19 de mayo de 2015

Y golpean a tu puerta...

No importa cuánto te niegues a avanzar, cuánto reniegues de tus pendientes ni cuán la sota te hagas de las cosas que quisiste en su momento y dejaste de hacer por mil y un motivos. Tarde o temprano, cuando menos te lo esperes, van a aparecer, todas a la vez, como una seguidilla de señales luminosas en catarata, una atrás de la otra, como una lluvia de estrellas fugaces. Y ahí vas a estar, parada, con una red cazamariposas, tratando de atajarlas todas a la vez, bailando y con una sonrisa en la cara por volverlas a ver, porque las querés y por eso las elegiste,
A la lista de cosas reaparecidas se le suman mis cinco materias para recibirme de Licenciada en Lengua Inglesa (con su respectiva tesis, claro). Sé que volvió ahora porque estoy en un momento mental, laboral y espiritual en el que le puedo hacer frente y tratarla con el amor que se merece. Porque por más que reniegue, amo mi carrera. Y así, una vez más, golpean a tu puerta... es hora de abrir para poder cerrar. Sólo es cuestión de encontrar la llave.

sábado, 9 de mayo de 2015

Blablabla Sh Sh Sh

Prefiero la crueldad de la palabra a la tiranía del silencio.
El discurso presenta una variable infinita de posibilidades, ya sea para rebatir opiniones, reforzarlas o simplemente lanzarlas a la vida, al aire, esperando y otorgando tal o cual resultado. En un diálogo, por más sordo que este sea, las palabras pueden encontrarse y batirse a duelo, dejando o no ganadores, pero sí exponiendo sus razones, menciones y motivos. En cambio en el silencio... en el silencio las posibilidades infinitas de desencuentro son tan vastas como las arenas del tiempo... El silencio puede ser llenado por mil y un escenarios que jamás llegarán a ser certezas, siempre vivirán en la eterna nube de las aproximaciones y potencialidades. Lo no dicho es el escarnio de los paranoicos, la tumba de los deseos, el fin del contacto. La angustia de los curiosos. Un nudo en el pecho. El punto inicial al infeliz recuerdo.

viernes, 8 de mayo de 2015

El oboe de mi

Ayer tenía pensado contar cómo aprendí a bailar el vals en brazos de mi abuelo Goro durante su fiesta de 50 años de casado, pero el sueño me ganó y Roberto decidió terminar el texto por sí mismo... Si bien es cierto que ese es uno de los recuerdos de infancia más lindos que tengo (y uno que reproduzco cual film en mi memoria cada tanto) y que se transmuta en que, cada vez que haya ocasión de hacerlo, baile el vals con maestría (a diferencia de mucha gente que conozco, que más pareciera bailar un chamamé chic), existen muchas otras cosas que le debo, como una suerte de herencia intangible, a mi querido Goro. Y una de ellas es el gusto por la música clásica y sinfónica. Recuerdo despertares en casa de los abuelos durante vacaciones de invierno, el despegar los ojos con mucha parsimonia mientras mis narinas tomaban conciencia del aire frío y metálico que aspiraban como recambio del tibio y perfumado con suavizante para la ropa tras haber pasado una noche con la cabeza tapada con los acolchados. Despertarme en Forest (tal era el apodo del depto) significaba envolverme en una colcha, ponerme los patines para el piso encerado de la Lila y deslizarme con mucha fiaca hasta la cocina donde los tres, mamá, el abuelo y la abuela, estaban encerrados charlando, leyendo el diario y escuchando Radio Mitre. Y ver sus cabezas girar y recibirme con una sonrisa, la cual vislumbraba a medias con ojos de niña entredormida.
Entre las tantas miles de cosas que disfrutaba hacer con el Goro, una era escuchar música... amaba sus discos, los cuidaba con el mismo amor que a sus nietos. Siendo de un origen tan humilde (el cual ya he mencionado en otro post), sus tesoros mayores eran aquellos de los cuales se había apropiado para volverse el hombre que había deseado y conseguido ser, por tanto, sus discos y sus libros eran tan fundamentales para su identidad como su nombre y apellido. Junto a él, aprendí a disfrutar de Mozart, Debussy, Chopin, Wagner, y tantos otros virtuosos. Oía la música con ojos cerrados y una sonrisa, sentado en un cómodo sillón con la cabeza echada hacia atrás y los brazos en jarra como quien, inconscientemente, advierte que el gozo que está surcando es tan pleno que no deberá ser molestado ni interrumpido fuera de él. Mientras esto ocurría, yo, sentada en el piso calentito por la calefacción central, miraba con intriga y curiosidad anhelante a mi abuelo mientras hacía danzar a mis muñecas al son de la música. El abuelo entonces, sin dejar su postura defensivamente relajada, hablaba y decía: «Prestá atención al piano en esta parte», y yo cerraba los ojos, me acostaba en el piso y forzaba los oídos para identificar el sonido indicado entre tantos. «¡Ahí! ¿Oíste?», decía él, y yo le respondía que sí, que había logrado aislar del resto la melodía precisa (y preciosa) que tanto quería que oyese. Así hacía con todos los instrumentos, tanto que me acostumbré a ejercitarlo a solas, sin él para que me diera instrucciones. Y de todos los sonidos, de todas las melodías, de todos los instrumentos, el que siempre lograba ganarse mi atención sin hacer esfuerzo alguno era (y lo sigue siendo) el oboe. Su dulce nasalidad metálica me tocaba el corazón, como si las fibras del mismo fueran parte de sus zapatillas y su pulso, el ritmo a seguir.
Con el correr de los años, mamá decidió que era hora de mandarme a estudiar música y, tras cuatro frustrantes años de solfeo y teoría y piano y digitaciones, sólo me quedé con el canto y algunos conocimientos básicos de lectura musical.
Hace cinco años, cuando me mudé a Capital, después de muchos ires y venires, conocí a una mujer maravillosa y eléctrica de pelo anaranjado que sería mi profesora de oboe. Comprar uno requirió la traducción completa de un libro y un peregrinaje bastante complejo, dado que no son instrumentos ni muy comunes ni muy baratos. Y si bien hice lo posible por ser una alumna dedicada, mi compleja agenda laboral no abonó a la causa. Al volver a Misiones, el oboe se mudó a un cajón, junto con el atril, las partituras y las cañas. Hasta hoy. Así como me he puesto en firme con recuperar mi cuerpo andando en bicicleta, mi motricidad fina volviendo a dibujar, mi capacidad discursiva volviendo a escribir acá y mi acervo intelectual volviendo a leer cuanto libro caiga en mis manos (a la vez, porque de leer de a uno no me sale), hoy me decidí a recuperar mi música y a mi oboe.
Hoy lo saqué de la caja, y ya el sólo ensamblarlo, poner las cañas en agua y soplar me llenaron de electricidad placentera las venas. Al cabo de una hora, luego de hacer un esfuerzo bastante grande por recordar cómo se forman las notas ya pude sonar escalas bastante potables. Y encaramada en la autosatisfacción de romper con mi rutina de repeticiones, le mandé un correo electrónico a Nené (tal es el nombre de mi profesora), preguntándole si podría verla la semana entrante para un abrazo, un café y una clase, dado que estaré en Buenos Aires por motivos de trabajo. Cuánta fue mi alegría al recibir su mediata respuesta afirmativa que estará esperándome, a mi y al bebé (como ella le llama). Y así, de a poco, podré volver a hacer cosas que amo que sólo yo me he quitado. Y quién sabe, tal vez un día, pueda producir una melodía digna de que el Goro se sentara en un sillón, con ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y los brazos en jarra y siempre, siempre, siempre, con una sonrisa de placer en el rostro.

     Este es mi concierto favorito. Sírvanse disfrutarlo como lo haría el Goro. Me lo van a agradecer.

jueves, 7 de mayo de 2015

Vals

Cuando tenía siete años, mis abuelos cumplieron cincuenta de casados. wq2222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222222tyhszxxxxxxa'''''''''''''''''''''''ppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppppTYLÇÇÇÇÇÇÇÇÇÇ0 y¬6666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666666677777777gweg,,,,,



(Texto intervenido por Roberto, el gato troll de la informática hogareña durante el trascurso de la noche...)

martes, 5 de mayo de 2015

Haruka

¿Cómo alguien puede vivir llevando el Sol en los ojos?
¿Develando anhelos con una sonrisa de dientes imperfectos y, aún así, preciosos?
¿Cómo puede el tacto gentil de un hada esconderse detrás de una fachada tan poco acorde pero, al mismo tiempo, tan coherente?
¿Puede acaso alguien, obnubilada ante tan armoniosa presencia no sentirse cohibida de acto, palabra y acción? ¿Es tan impensable el congelamiento de las reacciones, la sangre y el suspiro?
Sí, lo es... y resulta evidente y claro lo intangible de tu abrazadora y aun sutil existencia.
Un simple ser terreno no puede aspirar a ser deseado ni requerido por tal maravilla etérea; por quien, como la luz que su aura destila, danza entre nubes suspendida por su propia leveza. Quien contempla al mundo desde regio palco no debe ser incordiada por cuestiones mundanas de terrenal presencia, ni admitir en su dorada estela a quien usa ni más ni menos que las piernas para movilizarse, a quien arrastra su existencia por Gea, a quien la Gravedad llama y fija una y otra vez en su seno, aun cuando se le resista...

domingo, 3 de mayo de 2015

Pasos sobre el cristal

«Sos demasiado buena...»
«Sos una dulce...»
«Sos demasiado inocente...»
«Tenés que dejar de mirar a la gente con el filtro de tus expectativas y empezar a verlas por como son...»
«Pará de esperar lo que deseas de las otras personas y empezá a ver qué es lo que están dispuestas a darte...»
«Dejá de darle pasto a los camellos... la gente es como es, no como vos te imaginás que son».
«No podés andar regalándole un pedacito de tu corazón a cuant@ nab@ conocés, Mariana, no es sano».


Tantas miles de veces he des(oído) esos consejos/palabras... y tantas otras sufrido las consecuencias sentimentales (y físicas) de no lograr protegerme de los embates del mundo y sus habitantes... Ya corren tres décadas de construir castillos en el aire y dar pasos sobre el cristal con sandalias de pluma, rezando, rogando y esperando que no cruja... Sin embargo sigo teniendo la estabilidad emocional de una nena de cinco años que va por la vida regalando corazones mal trazados en papel de estraza.

viernes, 1 de mayo de 2015

Mi caramelo

Muchas veces, las emociones se encadenan y resultan en recuerdos, en un reciclaje de sensaciones de momentos olvidados, cosas vividas que, como una suerte de catarata en forma de espiral, nos llevan a un punto en el tiempo que nos hace doler... Otras, un hecho aislado, el cual no es racionalizado en su momento, se escapa del encajonamiento y sale a la luz en forma de otra cosa, con otra máscara...
Mi primer amor se llama Francisco. Era medio rolinga, tenía unos rulos hermosos y siempre olía a shampoo. Y tenía un lunar que parecía un arito en el lóbulo derecho. Yo tenía 15 años y era flor de pelotuda. No tenía idea de lo que era que alguien guste de vos y me enamoraba en un tris (no es que haya cambiado mucho 15 años después, a decir verdad). Fue mi primera relación a distancia, la cual sería tan solo el principio de una seguidilla que se viene prolongando in eternum. Nos conocimos en ensayo del grupo de teatro en el que participábamos, entre otros, su papá y yo. Esa noche hubo una fiesta y, para mi incredulidad, terminamos chapando en el baño de la casa de su papá. Nunca me pude olvidar. Yo no lo podía creer: que ese chico TAN lindo me diera bola a MÍ que era una gorda borde en proceso de adelgazamiento y que no tenía ni el principio de eso que se llama autoestima. Al día siguiente, nos encontramos en la casa de un amigo suyo, volvimos a chapar y al final lo terminé acompañando al aeropuerto para despedirme y regalarle una pulserita con su nombre... yo me quedé con una con el mío, como bien establecía el uso de la época. En eras del ICQ y el teléfono fijo, la cuenta de mi casa se fue a las nubes y mi vieja me vivía bajando el disyuntor de la compu para obligarme a parar de hablar... A mi no me importaba nada, yo sólo quería hablar con Francisco y que me hablara de porqué le gustaba tanto 2 minutos, de lo mucho que extrañaba a su hermanita y de lo que hacía en La Plata. En una de esas charlas, en las cuales estaba claro que lo nuestro no andaba ni en pedo, me dijo algo que jamás me olvidé (y que cada vez que lo recuerdo el corazón se me hace un nudo de angustia): «¿Qué sabés? Capaz que de acá a 10 años estamos casados y nos cagamos de risa de todo esto».
Claro está que no sucedió. Nos peleamos a muerte (hackeada de ICQ de mi parte mediante) y cuando finalmente se mudó acá, no nos dirigíamos la palabra. Yo lo odiaba. No lo podía ver. Pensaba que era un idiota egoísta y él pensaba que yo era una pelotuda inmadura.
Así pasaron los meses y, un bello día, lo vi pasar de casualidad por la plazoleta que quedaba frente a mi escuela. Lo saludé (cosa q no había hecho hacía mucho tiempo) y él me devolvió el saludo con una sonrisa. Esa noche me conecté a ICQ y le hablé. Hicimos las pases y quedamos en un todo bien, en paz... Me lo volví a cruzar en un recital de Bersuit, y cuando empezó a sonar el tema que da nombre a este escrito, me miró y me hizo señas de que era para mí. Sonreí y seguí cantando con mis amigas, reconfortada.
Pasó el tiempo, poco esta vez...
Como de costumbre, una en la secundaria tiene gimnasia a contraturno y yo, como de costumbre, llegué muy dormida ese lunes al colegio. Cuando llegué, me contaron que había muerto un chico del Nacional en una pelea, que se habían agarrado a las piñas con pibes de otro colegio y demás. Yo lancé un speech de lo estúpidos que me parecían los vagos por agarrarse a trompadas sin medir consecuencias. Pregunté quién sería, pero nadie sabía nada más que que un pibe de nuestra edad había muerto a manos de otros de la misma edad. De más está decir que me olvidé del tema hasta que subí al colectivo y en la radio no se hablaba de otra cosa. De inmediato, tal vez por mi naturaleza trágica, empecé a pensar: «Que no sea Francisco, que no sea Francisco, que no sea Francisco». Así en un interminable loop que duró los 15 minutos que duraba el viaje. Cuando llegué a casa, la empleada de mamá me abrió el portón y me contó la misma historia, del chico muerto en la pelea... Automáticamente, le pregunté si habían dicho el nombre y me dijo que no. Que sólo decían que era el hijo de un tal doctor Centeno... y el mundo se paró, clavó los frenos y yo me tuve que sujetar del muro del balcón para no caerme al piso... gateando, entré a casa y la voz del locutor rezaba: «Francisco Javier Centeno fue muerto...» Y yo dejé de oír, dejé de pensar, de respirar y de caminar, y entre intentos de respiración, arrastrándome como un herido de guerra, llegué a mi cama y me trepé como un náufrago que se trepa a un vestigio de leño flotando en el mar y lloré, lloré y me desarme en un llanto desgarrador. El teléfono empezó a sonar, una amiga me llamaba para ver cómo estaba y si ya sabía... No sé cómo hice, pero a colegio fui igual y el ambiente era desolador... todo el mundo lo conocía, de otro tiempo claro, y todos estaban mal. Yo lloraba y nadie entendía por qué yo, la loser, nerd, otropalo, lloraba a un muerto que me era ajeno... pero era más mío que de ellos. A la tarde fui a inglés, todavía con la cara hinchada y me preguntaron qué me pasaba. A regañadientes dije que conocía al chico fallecido... Y entonces, una compañera con la que casi no hablaba dijo que ella sabía... Le pregunté con cara de sorpresa por qué. Y contó que su dentista era amiga del papá de Fran, que había estado en el velorio y que entre las tantas cosas que hablaron le dijo que le sorprendía que yo no hubiese estado ahí porque él me quería mucho. Y el mundo se me vino encima otra vez...
Pasó el tiempo otra vez... sin embargo, siempre que escucho ese tema, el llanto sale solo.
Al comienzo no podía ver a su papá (ni él a mí) sin lagrimear. Hasta el día de hoy, sé que se interesa por mi vida y por saber en qué ando. Como una parte de la historia de su hijo que sigue acá y hace cosas, crece, evoluciona y anda...
Hace un tiempito en mi trabajo me tocó atender a una chica con un bebé. Cuando tomé su DNI, leí el nombre y descubrí que era su hermana. Me temblaban las manos. Le hice las preguntas del speech de rigor y después, con voz endeble, le pregunté si era la hija del doctor. Me dijo que sí y yo, tartamudeando le dije hija de quién era... «¡Ah! ¡Vos sos Mariana!». Y a mi me volvió el nudo a la garganta que hacía bastante había dejado de sentir. Solo la miraba y miraba al bebé que, de hecho, es muy parecido a su tío. Cuando se fueron, tenía los ojos brillantes, pero logré controlarme. A la semana, me crucé con su papá que me dijo que ella le contó que nos habíamos encontrado... le sonreí y le dije que sí, que me sorprendió que me reconociera. Él me devolvió una sonrisa con ojos tristes y me cambió de tema.
Hoy ella me agregó a Facebook... la acepté, pero todavía no me animé a hablarle. Me pasé el día muy melancólica y hasta lloré por motivos completamente ajenos e inconexos a la cuestión... No fue solo hasta que llegué a casa y me puse a escuchar música en Youtube quien, de golpe, decidió que el mejor siguiente tema para sonar sería ese que comprendí qué fue lo que me dejó así... No fueron las circunstancias presentes, sino las pasadas, las que me trajeron acá... El seguirte extrañando 13 años después, muchos más de esos 10 que una vez mencionaste.