Las cosas (y los casos) por su nombre

Dicen los que saben de astrología que la personalidad está en realidad más marcada por tu ascendente zodiacal que por tu signo; o sea, si sos de escorpio, pero tenés ascendente en piscis, vas a ser un cabrón un tanto místico, por ejemplo. Ahora, ¿será que en cuanto a nuestros nombres puede suceder algo parecido? ¿Qué tal si el segundo nombre, ese que nadie usa y que se suele ocultar por vergüenza y suscita cargadas en el colegio cuando tus compañeros lo averiguan, es el que en realidad marca tu destino? ¿Qué pasaría si más que "Marías" y "Juanes" fuésemos "de los Ángeles" o "Ignacios"? ¿Y si el verdadero significado de nuestras vidas estuviera signado por ese otro elemento de nuestra nomenclatura personal?
Convengamos también, entonces, que las personas más sencillas y descifrables serían aquellas que tienen uno solo. Esos tendrían todo clarito y sin prolegómenos: Ana a secas, Sandro y listo... No hay más misterio por resolver. Son lo que hay, como el arroz con arroz que comen los estudiantes lejos de casa a fin de mes.
Mientras, aquellos con padres indecisos que cuentan con tres o más, tendrían las personalidades más intrincadas y complejas y serían casi imposibles de descifrar, pudiendo ocultar su verdadera naturaleza en la variedad de posibilidades que mostrase su DNI. Serían personas enroscadas y variables, indescifrables más allá de toda conjetura.
Debiéramos tener en cuenta entonces que, a la hora de auto analizarnos y querer poner nuestros patitos en fila, el segundo nombre podría arrojar ciertas pistas sobre la "nosotredad" que nos atañe.
Mi caso particular servirá de ejemplo: "Mariana SOLEDAD". Analizado etimológicamente (a los ponchazos, como debe ser todo delirio de mi parte) vendría a significar algo así como "soledad de María". Qué nombre bajón, posta. Cuando estaba por nacer, me habían mandado a hacer una placa para la pieza que decía "Alba Mariana"; estaba en la recta final para tener un nombre muy católico new age pero el destino (o más bien, mi viejo) me jugaron una mala pasada y terminé con un nombre un toque deprimente y una placa de lo que debiera haber sido.
Ahora, el detalle: soy hija única y tengo una colección de amigos, conocidos y afines con los que permanezco en constante contacto, porque sentirme sola me pega mal. Sin embargo, resguardo mis cosas, mis espacios y mis rituales, disfruto de estar sola cuando necesito estarlo y, cuando pinta, invito a unos pocos elegidos a compartir conmigo ciertas partes de estas intimidades cotidianas.
Visto así, tan loca no suena la teoría...

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