Los supervisores

martes, 28 de diciembre de 2010

Aquí en la tierra

En estos tiempos de cierre de año me encuentro meditabunda. Estoy por hacer un cambio GRANDE en mi vida y, si bien rompí mucho la existencia de cuanto ser humano me rodea para poder lograrlo, ahora que falta una semana (como mínimo) para hacerlo, no sé si está en mí el coraje de llevar a cabo mi cometido. Supongo que cualquier hijo de vecino tiene miedo al cambio, pero yo me parezco mucho a la chica esa de la propaganda de detergente que cuando las cosas se acaban queda loca. Bueno, en este caso no es lo que se acaba lo que me tiene dando vueltas calladita (porque si alguien se entera es probable que me putee) sino lo que está por empezar. Desde que tengo uso de razón he querido vivir en Buenos Aires. Son anécdota familiar las pataletas en Retiro siendo niña cuando debía volver de las vacaciones de invierno pasadas en el depto de Chacarita donde vivían mis abuelos. También puedo recordar que hice todo lo que estuvo a mi alcance para que mi madre y mi tía no vendieran dicho depto al morir los viejos, porque mi idea adolescente era armar los bolsos una madrugada y escaparme para ir a ser descubierta por Cris Morena mientras paseaba por el Alto Palermo. Al terminar la secundaria también insistí hasta el hartazgo para que me dejaran vivir allá mientras estudiaba, pero no hubo caso, y, como ya saben, terminé bastante más al norte, viviendo en Tucumán. Durante años mis visitas que iban a durar tres día duraron una semana como mínimo y siempre volver a Posadas ha sido lo más horrible del mundo. Hasta ahora. Habiéndome recibido y contando con dos posibilidades laborales puedo mudarme. Hasta tengo dónde quedarme; gracias a la generosidad de una amiga que sólo me pide que le pague las expensas mientras ella se va de mochilera por el sur. Hasta tengo un tortolito que me espera con damascos y mimos y los brazos abiertos. Pero ahora que falta tan poco ya no sé si me quiero ir. O sí, quiero, pero tengo miedo. Tengo miedo de dejar mi casa propia, mi madre lejos y la incertidumbre de si puedo llevar a mis gatos conmigo o no. Tengo miedo de que los laburos se caigan y no encontrar nada. Tengo miedo de que llegada la hora en la que mi amiga venda su casa no encuentre un alquiler que pueda pagar y termine viviendo en una plaza (con o sin gatos). Tengo miedo de que las cosas con el tórtolo no funcionen, y aunque no sea un factor determinante porque el deseo de vivir allá tiene historia, sé que todo es más fácil si tenés alguien que te abrace y te diga que todo va a salir bien. Tengo miedo de perderme y, aunque Clarín diga lo contrario, uno de los miedos que no tengo es a que me maten en la calle cuando salga a comprar puchos. 
Es raro, tengo mis ganas bailándome la tarantela en las narices, la posibilidad de estudiar carreras que acá no hay, de hacer cursos antes impensados, de ver recitales, de ir al teatro y de todo eso que siempre pasan por la tele y puteo por estar lejos... pero tengo miedo. Miedo a no saber si hay una red cuando pegue el salto entre la seguridad cotidiana y la inseguridad del ideal regado de infancia.

2 comentarios:

Pablo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pablo dijo...

Uhhhh! Si sabré del miedo a dejar todo lo de uno y venirse a BA! Ese mismo miedo tuve yo hace 7 años. Y un miedo aún mayor tuve a los 19 cuando me fui a estudiar a La Plata, y a los 3 meses quise volverme. Y pensé que el mundo se terminaba por ese regreso con el rabo entre las patas. Y sabé qué? No pasó nada. No se terminó el mundo. El rabo no tardó nada en ser libre y agitarse ante la alegría. Seguí mi vida, me amigué conmigo mismo (que hasta entonces era lo que me venía jugando en contra), conocí el amor, la carrera que sería lo que me mantiene mes a mes... Y de nuevo unos años más tarde ese miedo a dejar todo y venirme.

Y todo esto te lo cuento desde BA, emocionado de mudarme por segunda vez, yéndome a un lugar mejor, con una pareja de 7 años y medio que cada día me enamora más, con laburo, con muchísimos amigos nuevos y queridísimos (tanto que no sé si cuando me case lo hago acá o en mi ciudad), calles con recuerdos (de los buenos y los otros). Y muchas veces me vuelve a agarrar miedo, pero sé que el paso siguiente es correcto sólo si es lo que yo elija. Sea cual sea, si lo doy con voluntad, me va a estar llevando a donde quiero. Y no doy pasos atrás, en todo caso elijo que el camino gire en U, y yo sigo avanzando.

Avanzá que va a estar bueno. Confiá en vos misma, que es lo que más miedo nos da.