En esa época yo ya me había ido de mambo: vivía a chicle, té y sopa de vitina. Nadie quería venir a dormir a casa porque sólo había sopa de repollo.
Y eso fue así hasta que terminé la secundaria y me fuí a estudiar a Tucumán. Ahí pasé a la dieta del estudiante: arroz, fideos, uno que otro sándwich de milanesa (cuando andaba gastadora) y pochoclo. Sobre todo este último. Lo más barato, lo más rápido y lo más "divertido". Comer un huevo frito pasó a ser un lujo. Cuando venía a casa en vacaciones, mi mamá me recibía con un super guiso de arroz, moneditas de queso, y coca cola. Era el menú supremo. No había nada más rico. En verano y en invierno, me dedicaba a engordar un par de kilos antes de volver a Tucumán, donde los hacía durar, como un oso en invierno, hasta las próxima vacaciones.
Cuando dejé la carrera y volví a mi ciudad natal, entré a trabajar en una pizzería (el primer ataque a la silueta, ya que podía comer lo que quisiera del menú porque era gratis) y me puse de novia. Y así, de a poco, mi veta de Txumari quedó aplastada bajo una montaña de hidratos de carbono y grasas saturadas. Ahora ya hace unos días que intento hacer memoria para recordar mis consejos y ver si aún me sirven.
Por hoy, puedo decir que caminé mucho, comí sin sal, desayuné unas deliciosamente insaboras galletitas de agua con ricota light, comí pechuguita con ensalada de lechuga con aceite de oliva y sin sal, cené sopa sin sal, y de colaciones tuve un yogurcito ser y un puñado de granola.
De a poco me voy a volver un hamster mientras siga con mi dieta insabora, inolora e insípida. Pero si todo sale bien, voy a estar flaca y sin celulitis.
1 comentario:
Yo hace un tiempo dije: Voy a bajar de peso.
Pero la verdad es que me da paja y no tengo intenciones de tomarme tanto trabajo.
Igual no creo en las dietas a base de aburrimiento, nunca hice de esas para bajar de peso, simplemente no repetir dos veces de plato y hacer algo de ejercicio es suficiente...
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